Estoy preocupado. Me acaba de llamar mi esposa porque dice que tenemos un problema con Eduardo, nuestro hijo. ¿En qué se habrá metido ahora? De verdad que me asombra porque siempre ha sido un muchacho calmado, le gusta leer mucho y casi no se mete en problemas. ¿Qué habrá pasado? ¡Caray! Ya estoy llegando. —Geo, Eduardo, ¿dónde están? —Aquí estamos, Joaquín. Tenemos que hablar porque se le ha metido una idea estúpida a tu hijo. —Pero, ¿qué pasó? —pregunté intrigado. —Pues, resulta que tuvo una plática en el colegio con una filósofa que les explicó qué era eso de la filosofía, y resulta que le gustó tanto que ahora me sale con que quiere estudiar filosofía. ¿No te parece una tontería? ¿De qué va a vivir? —Pero, ma, es que de verdad me interesa mucho lo que dijo la profesora, y creo que es una maestra que tiene razón en muchas cosas y, además… —¡Ay! ¡Ya vas a empezar otra vez, Eduardo! ¿Ves, Joaquín? Está desubicado, ¿que no te das cuenta de que te estás jugando tu...