Área de interés 1: La filosofía / "La decisión de la filosofía"


Estoy preocupado. Me acaba de llamar mi esposa porque dice que tenemos un problema con Eduardo, nuestro hijo. ¿En qué se habrá metido ahora? De verdad que me asombra porque siempre ha sido un muchacho calmado, le gusta leer mucho y casi no se mete en problemas. ¿Qué habrá pasado? ¡Caray!
Ya estoy llegando.
—Geo, Eduardo, ¿dónde están?  
—Aquí estamos, Joaquín. Tenemos que hablar porque se le ha metido una idea estúpida a tu hijo.
—Pero, ¿qué pasó? —pregunté intrigado.
—Pues, resulta que tuvo una plática en el colegio con una filósofa que les explicó qué era eso de la filosofía, y resulta que le gustó tanto que ahora me sale con que quiere estudiar filosofía. ¿No te parece una tontería? ¿De qué va a vivir?
—Pero, ma, es que de verdad me interesa mucho lo que dijo la profesora, y creo que es una maestra que tiene razón en muchas cosas y, además…
—¡Ay! ¡Ya vas a empezar otra vez, Eduardo! ¿Ves, Joaquín? Está desubicado, ¿que no te das cuenta de que te estás jugando tu futuro, Eduardo? Tú papá y yo no vamos a mantenerte toda la vida y, además, no puedes vivir solamente de andar leyendo libros. Piensa en tu futuro. ¿Por qué no te decides por una carrera más útil, como ingeniería? ¡Eres tan bueno en matemáticas…!
—¡Pero ya te dije que otras profesiones también son importantes! Y, como dijo la profesora Alicia, la filosofía no es solo una profesión; también es una forma de vida y…
—¿Te das cuenta, Joaquín? ¡Quién sabe qué ideas le están metiendo en la cabeza a nuestro hijo! Deberíamos ir a hablar con el director del plantel. No puede ser que sean tan irresponsables. ¡Están por salir del bachillerato y tienen que elegir una carrera!
La verdad, estaba de acuerdo con lo que decía Georgina. Pero tenía la sensación de que Eduardo no estaba actuando sólo por rebeldía. Veía en su mirada la toma de una decisión firme y eso me intrigaba más. Decidí proponer algo:
—A ver, vamos a calmarnos. Eduardo, mañana vamos a platicar tu mamá y yo con tu profesora. ¿«Alicia», dijiste que se llama?
—Sí.
—Okey. Bueno, con ella. Y ya mañana veremos qué pasó, Georgina. A lo mejor no está mal.
—Pues lo dudo, Joaquín, pero sí quiero hablar con esa señora.
—Bueno, bueno. Así lo haremos. Vamos a cenar y ya descansemos. Ha sido un día largo.
Dormí inquieto. La verdad es que sí me preocupa que Eduardo quiera estudiar filosofía. Recuerdo vagamente mis clases en la prepa. Siempre iba un profesor de traje y me hablaba de Sócrates y Platón, y decía que se trataba de aprender a argumentar y a pensar con orden, o algo así. La verdad, ese maestro era muy peculiar y nunca comprendí muy bien lo que hacía. Pero, ciertamente, siempre tenía unas palabras adecuadas… ¡Ay, no sé! No sé qué podría hacer Eduardo como filósofo, y temo que pueda poner en riesgo su futuro.
Llegamos Georgina y yo al bachillerato. Pedimos una cita con el director y con la profesora Alicia. El director es un hombre muy ocupado, pero nos recibió pronto en su oficina. Minutos después llegó la profesora. Era una mujer como de cuarenta años, delgada, con anteojos y el cabello recogido. Era seria, pero, a la vez, muy amable. Llevaba en sus brazos algunos trabajos y un libro: El mundo como voluntad y representación.
—Maestra Alicia, los señores Gudiño están aquí porque están preocupados por lo que les ha dicho a sus alumnos, pues Eduardo parece querer estudiar la carrera de Filosofía —dijo  el director.
La profesora Alicia sonrió ligeramente y comenzó a hablar:
—Buenos días, señores. Pues, la verdad, me alegro de que los jóvenes aún se interesen por la filosofía.
—Pues no sé por qué se alegra. Viendo la situación de nuestros jóvenes, ¿cómo puede fomentar que busquen estudiar ese tipo de carreras que no dejan nada? —dijo Georgina molesta.
—No, señora. No fomento que estudien la carrera de filosofía ni les digo que es la mejor opción para su vida. No se trata de una religión —replicó la profesora.
—¿Qué es exactamente lo que les ha dicho a los muchachos? De hecho, ¿qué es la filosofía, profesora? Se lo pregunto porque en verdad me ha intrigado que mi hijo esté tan convencido de que esa es su vocación.
—Pues, en efecto, es una vocación. El filósofo Aristóteles decía que el origen de la filosofía es lo que en griego antiguo se decía thauma, o sea, el asombro.1 Quizá por nuestro modo de vida moderno, ya no nos damos cuenta de lo grande que es este mundo; de que, a pesar de la contaminación, los campos siguen dándonos de comer, de que siempre hay un día que persigue a la noche, de que hay estaciones climáticas, de que, en general, todo cuanto hay tiene un orden que es bello e inteligible. «¿Cómo es posible todo esto? ¿Cuál es la razón de que exista este mundo y de este modo?», se preguntaron los primeros filósofos.
—Los filósofos son —continuó la profesora—, según la etimología de la palabra «filosofía», «amantes del saber». Es decir, son aquellos humanos que persiguen las razones de todo cuanto nos ocurre y le ocurre al mundo. Pero buscan las causas mediante la capacidad racional. Esto quiere decir que indagan mediante el esclarecimiento de conceptos y de la concordancia de estos con lo que está a su alrededor. Los filósofos preguntan cuáles son las causas y tratan de discernir lo que es de lo que no es. Es decir, emplean el razonamiento para dar cuenta de sí mismos, de su entorno y de su relación con él.
—Todo eso suena muy bien, ¿pero cómo se puede vivir de filósofo ahora? —pregunté.
—Es verdad que no vivimos en los tiempos de la filosofía griega antigua, pero a lo largo de la historia, los filósofos no han tenido una ocupación única. Hubo, desde luego, quienes pudieron vivir como profesores, pero otros se dedicaron a actividades que parecen alejadas de la vida reflexiva. Algunos fueron pulidores de lentes, otros vivían de hacer traducciones y alguno que otro tenía negocios. Aunque la filosofía se puede ejercer en la docencia, como es mi caso, no se reduce solo a esto. La filosofía es una manera de ser porque el pensamiento filosófico es un tipo de pensamiento reflexivo, crítico y argumentativo. Incluso, tengo colegas que colaboran con abogados, gestores culturales o médicos como asesores y consultores, pues sus profesiones requieren de toma de decisiones cruciales que necesitan de un pensamiento muy reflexivo y crítico. Es decir, los filósofos se detienen a mirar con cautela lo que ocurre en el mundo. Analizan lo que dice la gente, lo que dice el poder político e, incluso, los que se dicen portadores de saberes incuestionables, como las religiones o, en algunos casos en la actualidad, la ciencia. Debido a que los filósofos analizan las diferentes creencias sobre el mundo, generan cuestionamientos y, eventualmente, actúan con mayor cautela.
—¿A qué se refiere con «generar cuestionamientos»? —pregunté.
—Me refiero a que se aprende a preguntar de un modo tal que permite obtener un conocimiento más claro respecto de aquello que se está indagando. Esto es ser crítico. Ser capaz de plantear una pregunta que, aunque su respuesta pareciese clara para todos, se revela como algo indefinible y, por lo tanto, se descubre que lo que se creía saber de manera obvia en realidad es algo ignorado. Llegar a este reconocimiento es ser crítico.
—¿Y todo esto haría que Eduardo pueda salir adelante en su futuro? —preguntó Georgina.
—Dependerá por completo de él. Pero, si elige una vida donde se guíe por la razón, donde aprenda a argumentar y, por lo tanto, a apreciar las diferentes creencias e, incluso, a dialogar con ellas para sacar sus propias conclusiones, esto le permitiría actuar con prudencia, con decisión firme y de manera autónoma —respondió la profesora.
—Entonces, ¡sí tiene utilidad la filosofía! —dijo Georgina.
—¡Y mucha! —aseguró la profesora Alicia—. Aristóteles pensaba que la filosofía era un saber inútil en el sentido de que, con esta práctica no se gana dinero, ni fama, ni gloria. Pienso que, aunque tiene razón en que la filosofía no busca eso como meta, en realidad sí se trata de un saber útil. Nos enseña a vivir de una manera autónoma, libre. Ayuda, por lo tanto, a aprender a movernos en este mundo pensando por nosotros mismos.
—Ahora veo por qué Eduardo decía que la filosofía era una forma de vida —dijo Georgina mucho más sosegada y con cierta admiración.
La junta concluyó después de dos horas que se me pasaron como agua. En verdad, ignoraba mucho acerca de la filosofía y salimos descubriendo que era algo sumamente útil para la vida cotidiana. Comprendí también por qué me resultaba tan peculiar aquel maestro de la prepa, y descubrí que eso que nos decía en la clase «¡atrévanse a usar su propia razón!» era algo que había dicho el filósofo Immanuel Kant, pues lo comentó la profesora. Me parece que yo mismo tenía vocación filosófica, pero no me atreví a seguirla porque no vi con tanta claridad, como nos indicó la maestra Alicia, en qué consistía esa vocación. Creo que la filosofía, en verdad, aporta mucho y no nos damos tiempo para pensar que debería tener más espacio en nuestras vidas. Me alegro finalmente de que haya pasado este incidente.


1 Aristóteles. Metafísica. Trad. Tomás Calvo. Madrid: Gredos, 2008. [982b 10-12].

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