Una historia de marcianos
Una historia de marcianos
Hugo Enrique Sánchez
—Pues no
estoy de acuerdo, doña Margo —dijo una señora en el mercado al discutir
con otras mujeres—. ¿De dónde saca usted que sabe más que nosotras?
Todos vemos las cosas con nuestros propios ojos, y tan verdad es lo que
yo creo como lo que usted cree. Así que no se quiera sentir superior.
Estas
palabras llamaron la atención de Fátima, quien no dejó de pensar en las
consecuencias de lo que se decía. Y así, casi involuntariamente, imaginó
una situación un poco extravagante.
«En un
pequeño planeta habitado por hombrecitos con sombreros de colores, todas
las creencias son verdaderas. No hay escuelas. ¿Para qué? No es
necesario distinguir las creencias del conocimiento, ya que el error es
imposible. Cada quien toma lo que cree como verdadero, y lo es, porque
la verdad depende de cada uno. Estudiantes y profesores, de haberlos,
habrían estado tan dotados de verdad como el más sabio; dar solo a unos
la tarea de enseñar habría sido tan arbitrario como innecesario. Tampoco
hay tribunales. ¿Cómo decidir quién es inocente y quién no? Acusados y
acusadores estarían en lo correcto, y dar la razón a uno o a otro
generaría resentimiento entre los involucrados. En lo tocante a los
pobladores de este planeta, todos son superlativamente vanidosos y
arrogantes; cada uno está convencido de ser el más bello de todos y de
que los demás no lo son, en ningún sentido».
En este momento, ella se detuvo y dijo en voz alta:
—¿Sería
posible? No puede ser que dos habitantes de ese planeta fueran al mismo
tiempo el más bello de todos… pues si ambos lo fueran, ¡entonces no lo
serían los dos! Pero lo creen, así que debe ser verdad que lo son…
Con esta
cavilación, el mundo que Fátima estaba imaginando se desvaneció y ella
volvió a sus pensamientos habituales: «Yo quiero ir a la escuela. Los
profesores saben cosas que yo no sé, así como yo sé cosas que ellos no.
No todos somos sabios. Además, si fuera verdad lo que dice la señora,
tendrían que pasar cosas que son imposibles». Con esto, Fátima pensó que
la idea de la señora era insostenible, así que la desechó.
Desde
esa ocasión, hace estos ejercicios de pensamiento. Con el mismo método
examina lo que escucha decir a la gente: primero hace como si la idea
que examina fuera verdadera, y con ella le da forma a una situación en
que las consecuencias son evidentes; de esa manera decide si cree o no
las ideas que ha examinado.
Las
amigas de Fátima saben que acostumbra imaginar estos escenarios, y con
frecuencia le piden que les hable de ellos. Para Liliana, son como
cuentos de ciencia ficción con finales raros. Mientras que para Azeneth
son como experimentos de laboratorio en los que se aíslan los elementos
cuyas reacciones se estudia. Gabriela, por su parte, disfruta la manera
persuasiva con que Fátima cuenta sus historias.
Un día, después de clase, Liliana llegó buscando a Fátima; tenía algo muy importante que contarle.
—¡Fati, este concurso es para ti! —dijo muy entusiasmada.
—¿De qué hablas, Lili? —preguntó Gabriela que estaba en el patio con Fátima.
—Hay un concurso de cuento. Si ganas, te dan un paquete de libros y una tableta electrónica.
—¡Órale! ¡Esos sí son premios! —exclamó Azeneth.
—Yo creo
que deberías entrarle, Fátima. ¿Sabes por qué? —dijo Liliana—.
Participan pocos. A muchos les da pena o flojera o se les pasa la fecha.
El año pasado, en el concurso de calaveritas, hubo solo tres
participantes, y a esos les dieron los premios. Además, eres buena en
ortografía y la convocatoria dice que eso es importante. Estoy segura de
que descalificarán a muchos por no saber usar la hache. Con suerte,
eres la única que participa y te dan los premios nada más para no
regresarlos… ¿Cómo ves?
—Pues
sí, están buenos los premios —dijo Fátima—, pero no tengo nada escrito…
¿Creen que pueda ganar si escribo sobre las cosas que pienso?
—A lo
mejor no —se aventuró a responder Gabriela—, pero no pierdes nada con
hacer el intento. ¡Aviéntate, ándale! ¿Por qué no nos cuentas una de tus
historias y nosotras te ayudamos con los detalles?
—Está bien, Gaby. Pero si gano, compartimos los premios entre todas.
—Bueno,
ahí va la historia. Imaginen que un grupo de extraterrestres experimenta
con nosotros y hace que todo el tiempo tengamos alucinaciones de cosas
que no nos importan. Alguien mira pasar un gorrión, pero el gorrión no
ha pasado. Otro oye que en la casa de al lado están platicando, pero
nadie lo hace. ¿Qué pasaría en esta situación?
—¡Qué
historia! —exclamó Azeneth—. Es como si esos marcianos quisieran
enloquecernos. ¡A mí me gustaría alucinar que tengo muchos chocolates!
—¿Qué
ganarías con alucinar que tienes chocolates pero no los tienes? Sería
como no tener nada —precisó Liliana—. Aunque yo no entiendo bien la
pregunta, Fati. Si nos engañan como dices, habría accidentes y
confusiones, ¿no? Uno se cae a un hoyo, otro se pone ropa que no
combina… ¿Eso es lo que nos preguntas?
—Pienso
en esos detalles porque los necesito para la historia, pero lo que me
interesa es pensar cómo eso puede afectar lo que sabemos. Si
estuviéramos en esa situación, ¿dejaríamos de saber cosas?
—Esa
pregunta está bien rara —respondió Azeneth—. A ver si te entiendo. Supón
que revisas tu mochila y ves que está tu calculadora, pero, sin que lo
sepas, por culpa de los marcianos, estás viendo mal. Yo digo que no
sabes que la calculadora está en la mochila; ¡ni modo que sepas algo que
no es verdad!
—Yo
también pienso eso —agregó Gabriela—. No estaríamos seguros de lo que
pasa cuando se trata de cosas que no nos importan, porque no
revisaríamos si es verdad o no. Pero cuando se tratara de cosas
importantes, sería distinto: si creo que mi casa se está quemando y me
pongo a gritar, la gente notará que estoy viendo cosas y me darán una
cachetada. Ahí voy a saber que me equivoco, y eso también es importante,
¿no?
—¡Muy
bien! —exclamó Fátima—. Entonces, para estar seguros de que sabemos
algo, tenemos que verificarlo. Si no lo hacemos, podríamos equivocarnos
por culpa de los extraterrestres. ¡Ya va saliendo la historia!
—Pero
también podemos equivocarnos sin marcianos, ¿no? —puntualizó Liliana—.
Mira, ¿ves cómo hay un chico que corre junto a la cancha de futbol? ¿Sí?
Pues, puede ser una chica o un profe; estamos muy lejos para saberlo. Y
si no revisamos, podemos creer cosas falsas y, como dijo Azeneth, no
podemos saber algo que es falso. No necesitamos de historias locas para
entender esto.
—En eso
tienes razón, Lili —respondió Fátima—, pero hay algo que pasa en mi
historia que nadie creería que sí pasa en la vida real. ¿Te das cuenta
que todos podrían alucinar lo mismo al mismo tiempo? Gabriela dice que
si se quemara su casa, sus vecinos le dirían que está alucinando, pero
lo que yo quiero es que en mi historia a veces todos se equivoquen sobre
lo mismo.
—Si no
ganas el concurso, por lo menos te van a regalar unas vacaciones a la
Casa de la risa. ¿No se te hace mucha ciencia ficción?
—Sí… un
poco —reconoció Fátima—, pero lo que yo quería es que en mi historia
ningún personaje terrícola supiera nada; así yo podría ver qué es lo que
ocurre. Pensé que una historia de extraterrestres sería útil porque, en
ese caso, no hay modo de saber que estamos equivocados; ¿cómo tener la
seguridad de que no hay marcianos que estén haciéndonos la vida de
cuadritos?
—Pues no
se puede —respondió Gabriela—. ¿Qué pasa cuando no tenemos evidencia?
Mi tía dice que el número de estrellas en el universo termina en siete.
¡Pero no podemos contar todas las estrellas!
—Yo
pienso —dijo Liliana— que no debemos creer ese tipo de cosas porque no
tenemos suficiente evidencia. Pero tampoco debemos creer que son falsas
porque tampoco tenemos evidencia para eso.
—¡Se me
acaba de ocurrir una gran idea! —exclamó Fátima emocionada—. Ya es hora
de ir a casa. Escribiré esta noche una parte del cuento y mañana lo
leemos juntas, ¿les parece?
http://humanidades.cosdac.sems.gob.mx/temas/materiales/una-historia-de-marcianos/
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